El colgado
Era verano de 2010 cuando llegamos a la casa de mi abuelita en Ecatepec, Estado de México. Saludé a mi familia con normalidad. Mi abuelita, una mujer de carácter fuerte pero con un corazón noble, nos recibió y nos mandó al segundo piso para que escogiéramos habitación. Mis hermanos mayores, como era de esperarse, se apresuraron a adueñarse de la mejor habitación. A mí me dejaron con el cuarto que antiguamente solo servía para guardar los adornos de Navidad y otras festividades. Desde el primer momento, aquella habitación me hizo sentir incómodo, como si su ambiente cargado de años de abandono pudiera respirar por sí mismo. En ese entonces tenía miedo de estar solo y, peor aún, de dormir solo. Traté de convencer a mi hermano mayor de que me dejara quedarme con ellos, pero él simplemente cerró la puerta sin molestarse en escucharme. Conforme el sol desaparecía y las sombras invadían la casa, el pasillo comenzó a teñirse de un aire pesado, como si algo invisible estuviera vigilando cad...
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